domingo, 13 de diciembre de 2009

BARRANCO, ENTRE FOLLAJES Y AÑORANZAS

Héctor Guzmán




Existen en Lima muchos lugares de tradición donde el tiempo que pasa pareciera detenerse. Uno de ellos es sin duda alguna Barranco, que con los distritos de Surco, Miraflores y Chorrillos forma una histórica unidad cultural.
Los primeros pobladores costeños, recolectores de mariscos, dejaron huellas en estos lugares, y asombrados por la belleza y riqueza de sus tierras iniciaron una ocupación ininterrumpida a través de los siglos, hasta conformar un asentamiento mayor en el llamado Intermedio Tardío (900-1300 d. C.) de notable desarrollo hasta la llegada de los invasores españoles. En aquella época fue cuando Armatambo alcanzó su apogeo como sitio principal del Curacazgo de Sulco, a su vez uno de los principales del señorío de Ychsma, como se conoció al que tuvo su territorio entre los valles de Lurín y del Rímac.
Según María Rostworowski, el señorío de Yschsma se dividía en ocho curacazgos de los cuales siete se encontraban en el Rímac, a saber:
Lati, hoy llamado Ate, que sirvió de punto de concentración a las fuerzas patriotas que comandadas por el general Quizu Yupanqui intentaron la reconquista de Lima en nombre de Manco Inca.
Guatca, Huadca o Huatca, entregada en encomienda a Nicolás de Ribera. A la llegada de los españoles gobernaba el viejo curaca
Taulichusco conjuntamente con su hijo Guachimano. Los principales itios de culto como el oráculo del Rímac fueron destruidos por los extirpadores de idolatrías. Hoy en día se ha reconstruido la Huaca Pucllana o Juliana.
Amancaes, en la margen derecha del Rímac, gobernada a la llegada de los españoles por el curaca Caxapaxa. Hoy son visibles los restos de la Huaca Huantilla y del sitio de Chuntay (actual iglesia de San Sebastián en Pueblo Libre).
Maranga, Malanca o Malana, igualmente cedida en encomienda a Nicolás de Ribera, cuando tenía como curaca al indígenba cristianizado Diego Chaya Vilca. Vestigios de este curacazgo pueden verse en los sitios arqueológicos de Mateo Salado, Pando, Maranga (que era el sitio principal), la Huaca Tres Palos, la Huaca Hantina Marka, Palao y San Roque.
Guala, acaso integrada a Maranga ya que se encuentra en su territorio.
Callao, en el sitio donde se asentaría el mayor puerto del Perú. Aquí se encontraban los asentamientos de Chuquito y Piti Piti Viejo.
Sulco, situada del otro lado del canal de Lati, siendo el curacazgo más grande de la región, con su centro administrativo y religioso en Armatambo. Los cronistas que evocan el sitio, como Miguel de Estete o
Fernandez de Oviedo, citan cuatro linajes principales para Sulco o Surco: Calla, Ydcay, Centaulli y Cuncham. Entre sus principales sitios arqueológicos podemos citar, además de Armatambo, Campoy, Vásquez y La Calera.
El sitio de Armatambo se encuentra en el distrito de Chorrillos, en el Morro Solar, En la actualidad está casi destruido, por razón de haberse establecido allí conglomerados poblacionales de migrantes, a falta de un
lugar apropiado para vivir.
Durante el período Intermedio Tardío, como queda dicho, Armatambo fue sitio principal del curacazgo de Sulco, manteniendo su importancia en tiempo de los Incas por erigirse en un tambo principal para descanso
de los peregrinos que acudían al santuario de Pachacamac. “El conjunto – nos dice el arqueólogo Daniel Herrero- se extendía desde la actual zona de San Genaro hasta el Salto del Fraile, e incluía un pequeño puerto de pescadores, todavía en funcionamiento. El área central, es decir, donde se concentraba la mayor cantidad de edificaciones, está en parte de las actuales Huacas Cruz de Armatambo, Los Laureles y Marcavilca, mientras que la zona de ocupación doméstica se hallaba en las laderas bajas del Morro.”
El sitio del actual Barranco fue escogido para asentar un pueblo de españoles por los conquistadores Alonso Martín, Juan Tello y Ruy Díaz quienes comisionados por Pizarro en 1535 buscaban un lugar para
fundar una urbe que reemplazase a la de Armatambo. Sin embargo, hubo de esperarse hasta el siglo XVII para que ese pueblo se formase, hecho que ocurrió de pura casualidad y, según los creyentes cristianos,
en virtud de un portentoso “milagro”.
En efecto, ocurrió que en una noche oscura, en que una neblina espesa cubría la mar, un barco de humildes pescadores navegaba a ciegas, sin poder orientarse. De pronto, el resplandor de una cruz luminosa
terminó con la obscuridad, guiando la barca y sus tripulantes hasta las orillas de Barranco. La aparición de la cruz luminosa en medio de una oscura noche solo podía ser atribuida a un milagro, y el panadero de
apellido Caicedo costeó entonces la erección de una capilla en agradecimiento a la divinidad, en cuyo alrededor empezó a aglutinarse el pueblo, construyendo sus viviendas.
Tal fue el origen de la próspera población que en 1874, pocos años antes de desatarse la guerra del Pacífico, alcanzó categoría de distrito con el nombre de Barranco, cuyas bellas edificaciones iban a ser destruidas solo cinco años más tarde. La antigua ciudad de Barranco contaba con molinos de viento de los cuales hasta hace poco quedaba uno, que lamentablemente también ha desaparecido, como mucho de aquello que formaba la esencia barranquina. Así, las tertulias de artistas e intelectuales han debido ceder el paso a restaurantes y discotecas donde el culto al alcohol y a la efímera dudosa diversión van terminando con el romanticismo de sitios como el histórico Puente de los Suspiros, que hoy sirve poco menos que de letrina nocturna.
La licenciada Yvette Ubillús, en su artículo “¿Dónde está el molino?”, escribió lo siguiente: “Saludo la iniciativa de indagar acerca de un símbolo y un bien del distrito como siempre lo fue el molino, ése que los
barranquinos conocíamos tan bien y que daba la bienvenida o despedía a los visitantes en el límite con Miraflores. Han desaparecido tantas cosas entrañables en nuestro querido distrito, que uno se siente casi
autoridades que han pasado y siguen haciéndolo, por el municipio dehuérfano cuando pasea por sus calles, pero esta iniciativa ciudadana por recuperar algo de lo que se perdió, es un buen ejemplo de que nunca es tarde para reaccionar ante los atropellos e imposiciones de las nuestra pequeña gran ciudad.”
El Puente de los Suspiros fue construido en 1876 durante el primer año de existencia oficial del distrito, para unir la calle Ayacucho con la Ermita. En los años siguientes sufrió los embates de la barbarie perpetrada por las tropas chilenas, que incendiaron la ciudad en enero de 1881. Fue recién en 1921 cuando tomó el nombre de Puente de los Suspiros, luego de que se hiciera de él una remodelación completa. Poetas y bohemios músicos han realzado en sus creaciones artísticas la singular belleza de Barranco, que alguna vez fue plena de armonía rindiéndose al Sol que como Alfonsina pareciera ocultarse en el fondo del mar. Hoy de este puente nos queda la ilusión de lo que fue, aunque tenemos aún la esperanza de que algún día pueda recuperar la magia de antaño.
Pasear una tarde por la bajada a la playa o detenerse en medio del puente para observar el pintoresco Barranco es hoy una aventura casi temeraria, pues el visitante se ve asaltado por las solicitudes grotescas
de los empleados de diversos restaurantes que se reclaman mejores que los otros. La evocación poética deviene así fastidio, y la inspiración se escapa rauda ante los olores de anticuchos, picarones, ceviches o….
Pero al margen de todo ello, Barranco sigue siendo un lugar mágico, lleno de historia, lleno de evocaciones, de leyendas, de amor, de dramas, de alegrías y de dolor. Una extraña congoja nos invade cuando vemos la Ermita preguntándonos si sobrevivirá a nuestro regreso, y los árboles centenarios con su follaje acarician nuestros pensamientos.
Puente de los Suspiros, 13 de enero de 2009.

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